Por  el 18 de junio de 2012

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 Dos son las Solemnidades (el Sagrado Corazón de Jesús y el Corpus Christi) que celebramos en el mes de junio y que nos hablan de una misma realidad: el amor de Dios al hombre.

Celebramos, en primer lugar, el amor de Dios manifestado en el Corazón de Cristo. Junio es el mes del Sagrado Corazón de Jesús, un Corazón traspasado por nuestros pecados pero henchido de amor al Padre y a la humanidad. En efecto, la Solemnidad del Corazón de Jesús expresa el amor del Hijo al Padre, a los planes que el Padre tiene sobre Él y para Él, y que serán la razón de todo su vivir en este mundo. Cristo ha sido enviado y ha venido al mundo para cumplir la voluntad del Padre (cfr. Jn 6, 38) El Padre -para Cristo- lo es todo. El Padre y Él se identifican –“Yo y el Padre somos uno” (Jn 10,30)-; por eso, cuando Dios Padre prepara el plan de salvación para los hombres, y en él entra como protagonista central el Señor, Éste no hace sino pronunciar su incondicional, total y continuo sí al plan redentor: “Padre, si quieres, aparta de Mí este cáliz pero no se haga mi voluntad sino la tuya”(Lc 22, 44)

El Corazón de Jesús expresa también el amor que Cristo tiene a los hombres. Sí, Él ha sido enviado por el Padre al mundo para ofrecer a los hombres la salvación: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4, 9). Él ha venido al mundo para entregar su vida por amor a los hombres; el plan divino lo cumplirá hasta el final, hasta el extremo de entregar su vida por nosotros; por eso, podrá decir: “nadie tiene mayor amor que quién da la vida por su amigos; vosotros sois mis amigos” (Jn 15, 13)

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